Durante mi vida,
he creído en Dios, he creído en la gente,
he creído en las diosas inventadas que en realidad encubren una obsesión dañina,
he creído en todo...
Y he llegado a creer en la nada, en el simple presente, en la espontaneidad del momento,
en las cosas que pasan, en el llano destino.


Pero un día, estuve con vos.
Un día, como cualquier otro, me abrazaste antes de que me fuera y me besaste con una dulzura, con una suavidad,
que me hicieron lagrimear en su momento,
así como ahora cuando lo recuerdo.
Y a partir de ese día volví a creer en Dios.
Si no existiera Dios, no me hubiese reunido con un sol como vos.
Si no me amara Dios, no me hubiese entregado tan hermoso pedazo de cielo antes de tiempo y sin merecerlo.
Si no exisitiera Dios, no serían posibles todas las cosas que debieron pasar
para mantenerme siempre loca por vos,
 siempre esperándote.
Si no exisitiera Dios, no me emocionaría así cuando pienso en todo lo infeliz que sería si no estuvieras hoy conmigo.

Y perdoname si lloro,
perdoname si parece que estoy triste,
pero vos me haces llorar.
Y por primera vez puedo asegurar que no son lágrimas de tristeza, son lágrimas de felicidad.
Gracias a vos hoy tengo paz interior, tranquilidad, y conocimiento de que hay un Dios que nos cuida y que nos ha juntado. No sabes todo el bien que me haces.

Cada beso que me das,
cada vez que te  veo,
cada abrazo en que me envolves,
son pruebas de que algo más existe por sobre nosotros
y que me ha premiado con vos en mi vida



Te amo, amor.
A vos y al Ser Magnanimo que te destino a mi.

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Son las ideas que caen en mi mente gastada,
que por mis hombros resbalan,
enredadas en mi cabello,
pero no se caen si no que se quedan
en mi pies pegadas,
impidiendo que que me mueva,
que avanze, que salte o que frite.

Son ideas que lastiman, que queman,
pero no puedo vivir sin ellas,
aunque ellas no me dejan vivir.