Cuando me acuesto entre tus sábanas, me gusta pensar que soy dueña y señora de ese pequeño universo que habitamos los dos por unos momentos.
Cuando duermo entre tus brazos, me gusta pensar que no va a haber en el mundo mujer que quepa tan bien en ese lugarcito que hay entre tu pecho y tus brazos, y que a mi me calza perfectamente.
Cuando duermo con la cabeza apoyada en tu almohada, me gusta pensar que solamente yo puedo sentir ese perfume delicioso a vos. Puro vos.

Pero cuando me acuesto en mi cama, después de horas de estar retozando en la tuya, pienso en cuanto me gustaria amanecer con vos a mi lado.
Y mientras el sol sale por mi ventana, en lugar de encontrarnos unidos en tu cama, deseo que pronto llegue el día en que pueda dormir con vos toda la noche.

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Son las ideas que caen en mi mente gastada,
que por mis hombros resbalan,
enredadas en mi cabello,
pero no se caen si no que se quedan
en mi pies pegadas,
impidiendo que que me mueva,
que avanze, que salte o que frite.

Son ideas que lastiman, que queman,
pero no puedo vivir sin ellas,
aunque ellas no me dejan vivir.